domingo, 5 de diciembre de 2010


Tumbarte en un banco boca arriba y permitirle al tiempo que te regale una de sus mejores noches y que un manto de pequeñas y brillantes estrellas te cubra.


Dejar la mente en blanco, o intentarlo, porque sin darte cuenta, te acuerdas de su nombre.

Y como si de una tormenta de ideas se tratase, millones de sensaciones vienen a tu encuentro. Separar cada cosa y ponerla en su sitio es imposible, aunque en este caso no es malo, todo lo que estas pensando te produce una sensación de comodidad y fortaleza que te sorprende a ti misma.

Sentencias la situación de una manera que …vuelve a sorprenderte porque, tu tiempo, se lo das, tus mejores miradas, se las das, tu aire ...se lo das, y no te pesa.

Sentirte a gusto, tranquila, protegida es normal.

Tras unos segundos, imaginar que está al otro lado del banco, sin decir nada. Apoyas tus pies sobre los de él y dejas que tus dedos jueguen con los suyos.

Sientes que sus ojos y su mirada barren todas y cada una de las estrellas que estás viendo. Y así, compartir el mismo cachito de cielo.

Se sienten vuestras respiraciones, lentas, acompasadas, como si de la mejor sinfonía se tratase.

De repente el ritmo rápido y desarbolado de una canción pegadiza te despierta.

Abres los ojos y con total confianza sabes que eso que imaginaste es lo único que deseas hacer.

Bajas con tus amigos, te metes en el barullo de la fiesta y piensas que todo aquello no puede quedar sólo en un dulce recuerdo. Así que te escapas, y lo escribes. Sabiendo que podría ser un buen regalo.

Y ahí lo dejas…